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Cuatro millones de carneros fueron sacrificados este miércoles en Marruecos

La tradición manda que sea el cabeza de familia el que sacrifica un carnero macho

Unos cuatro millones de carneros fueron sacrificados este miércoles en Marruecos para celebrar la fiesta del carnero conocida como Fiesta del Sacrificio (Aid el Adha en árabe) en conmemoración del sacrificio que Abraham hizo en agradecimiento a Dios por perdonarle la vida de su hijo.

La fiesta fue celebrada ayer en varios países musulmanes, pero estos desfases de un día son relativamente frecuentes ya que dependen de la observación del creciente lunar a simple vista de ojo humano (y sin ayuda de máquinas) en todas las festividades islámicas, que se rigen por el ciclo lunar y no solar.

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En Marruecos, la ocasión es tan importante que se la conoce popularmente como «Aid al Kabir» o fiesta grande, y es el momento del año en que muchas profesiones tradicionales y pequeños comercios aprovechan para tomar su vacación anual más larga.

Así, comerciantes y artesanos viajan desde las ciudades hasta sus pueblos de origen para extensas reuniones familiares similares a la navidad cristiana, siempre en torno al sacrificio del carnero.

Está tan arraigada la fiesta en el país magrebí que muchas familias pobres se endeudan para matar su carnero (o al menos medio animal), a pesar de que pedir dinero a crédito esté prohibido por el islam.

La tradición manda que sea el cabeza de familia el que sacrifica un carnero macho (también puede ser un chivo, un toro o un camello), pero en los últimos tiempos, y al menos en la ciudad, es habitual contratar a un matarife profesional, un gremio que en la fiesta hace su agosto yendo de casa en casa con su colección de cuchillos.

Suele ser el rey, como «emir al muminín» (príncipe de los creyentes) el que mata el primer carnero en una ceremonia que retransmite la televisión, y a partir de ahí el pueblo tiene licencia para matar a sus propios animales.

El carnero debe matarse según las normas «halal»: tras rezar el matarife una breve oración, mirando a La Meca y con un tajo certero en el cuello para que se desangre lo antes posible y por completo.

Tras ello, el animal es decapitado y despellejado; la lana la recogen mercaderes ambulantes que más tarde la venderán a los curtidores de cuero, mientras que las cabezas (y las patas) son asadas en plena calle por jóvenes a cambio de unas monedas por parte de las familias.

Así, el olor de la carne quemada invade las calles de la ciudad pero no se queda en las casas.

La tradición manda que un tercio del animal se consuma en casa; otro tercio se reparta entre vecinos y familiares, y el último tercio se entrega a los pobres, porcentajes que no siempre se cumplen.

Fuente: EFE

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