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Desafíos de los matrimonios entre devotos y no creyentes

Cada vez más, el mundo es un lugar religiosamente diverso. Pero, al mismo tiempo, el número de personas que no adhiere a ningún credo o iglesia crece sin pausa. ¿Cómo es la vida entre aquellos que deciden tener una vida juntos pese a no compartir creencias?

“Soy un ateo confirmado, básicamente es como si hubiera vuelto a nacer el día que me declaré ateo”, le dice a la BBC Jez Caudle, británico y de 44 años.

El hombre tiene total claridad sobre aquello en lo que (no) cree. Y también la tiene su mujer, Heather, con quien comparte un hogar en Surrey, en el sureste de Inglaterra, junto a dos hijos, William y Kenny.

Jez no sabía que Heather era una católica practicante cuando empezaron a salir: lo descubrió cuando se mudaron juntos y ella empezó a ir a la iglesia más seguido.

Ahora, sus hijos (uno de 9 años, el otro de 6) han sido bautizados. Jez ve con buenos ojos que asistan a misa todas las semanas, pero no ha cedido ni un milímetro en su discurso de ateo fervoroso.

Lo que, por cierto, da lugar a muchos –y acalorados–debates en el hogar.

William, el mayor de sus hijos, canta feliz los himnos que le enseñan en la iglesia, pero el cinismo de su padre no le ha pasado desapercibido. Desde hace poco, el niño se rebeló ante la obligación dominical: prefiere quedarse jugando con su consola de videojuegos Xbox.

Alguna vez declaró que la religión es “un montón de basura” y luego se desdijo y afirmó que cree en Dios, aunque le molesta cuando su mamá y su papá pelean por ese tema.

La vida después de la muerte

Y luego está la pequeña incógnita de qué pasará después de la muerte.

“Mi esposa lo ha mencionado un par de veces y yo creo que a él le preocupa que en el ‘más allá’ no vayamos a estar juntos“, dice Jez.

“Yo no voy a tener una (vida después de la muerte) como la de su madre… Sólo puedo acceder al infierno, según sus creencias y si su religión es la única y verdadera”.

Heather tiene una mirada más positiva: dice que ve como “parte de sus responsabilidades de esposa” el rezar porque Jez vaya al cielo y en silencio espera que algún día él cambie de idea y acepte la noción de Dios.

Él espera lo mismo: que ella algún día despierte y se dé cuenta de que no existe un ser superior. Los dos afirman, convencidos, que eso –lo que su pareja ansía– no ocurrirá jamás.

El tema de la vida del más allá es recurrente en estas parejas de creencias “mixtas” y, en este punto, frecuentemente irreconciliables.

Genera angustia en una madre que no cree que sus niños agnósticos vayan a ganarse un lugar en el paraíso junto a ella, o en una esposa que teme que su condena en el infierno sea irremediable como consecuencia de la negación de Dios en que parece empeñado su marido.

Fingir por amor

Tauseef es el marido en cuestión (aunque no es su nombre real; ha sido modificado porque su mujer musulmana no sabe que ha concedido una entrevista a la BBC).

“Para ella es un pecado grave estar con alguien que no cree, y saber que esta persona no cree”, señala.

Tauseef fue educado bajo la fe islámica pero, para cuando cumplió los 15 años, ya se consideraba a sí mismo ateo. Terminó casándose con una mujer musulmana, pero asegura que ella era menos devota y practicante cuando se conocieron.

Los dos son británicos de origen paquistaní y Tauseef esperaba que sus contextos e historias familiares, que son muy parecidos, sirvieran para zanjar las diferencias. Esperaba que la religión tuviera una importancia secundaria frente a todo lo demás… y sobre todo frente al amor que sentían el uno por el otro.

“Tal vez fuimos un poco ingenuos”, agrega el hombre.

Tauseef accedió a cambiar algunos hábitos: dejó de beber delante de su esposa y accedió a que ella se ocupara de la educación religiosa de sus hijos. Pero gradualmente ella se fue volviendo más devota… y él, todo lo contrario, pese a que lo intentó.

Ahora, se siente obligado a fingir que es creyente para congraciarse con su esposa.

“Quiere un marido que la lleve al Haj (el peregrinaje anual a la Meca, ciudad sagrada del islam) y que guíe a sus hijos en los rezos, pero ella sabe que yo no soy esa persona”.

“Hace tres o cuatro años yo estaba seriamente convencido de que podía encontrar mi camino para volver a la religión, por descabellado que eso parezca”, apunta Tauseef.

Y recuerda: “Me juntaba con gente que era muy devota, me sumaba a foros y grupos, pero en el fondo era un misión imposible y me estaba engañando a mí mismo”.

“Ahora me rendí. Me incliné por convencer a mi esposa de que soy lo suficientemente religioso como para que ella pueda estar conmigo”.

Está dispuesto a mentir y a permitir que sus hijos sean criados como musulmanes, pese a que no está de acuerdo con las creencias ni con el estilo de vida que, según dice, dicta el islam.

También está preparado para tener una “doble vida” si eso lo lleva a mantener su matrimonio.

Hace poco, se metió en problemas por unas fotos de Facebook en las que se lo veía borracho, después de haber prometido a su mujer que nunca volvería a tocar el alcohol.

Terminó durmiendo en habitaciones separadas y con las maletas hechas, pero quiso quedarse por su hijo.

“Yo todavía la amo pero estoy casi seguro de que ella no, lo ha dejado bastante claro”.

Ortodoxo y gay

Pero incluso si las dos personas que son parte de la relación siguen enamoradas, hay otros desafíos que surgen de las diferencias de creencias. Especialmente si uno de ellos es gay y religioso, pero su pareja no comparte con él esta fe.

Jez no sabía que Heather era una católica practicante cuando empezaron a salir. Ahora tienen dos hijos que ven los puntos de vista contradictorios de sus padres cuando se habla de religión en la casa.

Eso le ocurre al agnóstico Glyn, que vive con su esposo David en el este de Londres. David es judío ortodoxo y, a la vez que acepta que su relación homosexual no encaja del todo con lo que puede considerarse ortodoxia, vive mayormente según las reglas de su religión.

Así, Glyn es responsable de mantener la cocina según las pautas del kosher, los alimentos que se ajustan a las leyes de dietética judía: divide la pequeña dependencia en dos sectores, para colocar carne y productos lácteos y mantener algunas de sus comidas favoritas fuera de la zona con los productos que consume David.

“Pido pizza a domicilio y me siento aquí en la sala y la como directamente de la caja, luego me lavo las manos enseguida. Ciertamente esa pizza no puede entrar a la cocina ni meterse al horno, ¡eso seguro!”.

David observa el descanso del sabbat: los sábados no viaja ni utiliza electricidad, así que a la pareja se le complica socializar ese día de la semana.

Glyn admite que alguno de los ajustes que ha tenido que hacer han sido duros, otros un poco extraños… especialmente porque no cree en los principios que impulsan estos cambios.

“Hay veces que pienso ‘dios, esto me está llevando al límite’. A mí me ha tocado hacer los cambios más grandes, pero la fe de David es muy importante para mí también”.

Dilemas futuros

Glyn no descarta cambiar sus creencias, pero David nunca se lo ha pedido. Como practicante, dice que reza por su pareja pero que no se preocupa demasiado por las creencias de otras personas.

La pareja no planea tener niños y admite que esta decisión hace las cosas menos complicadas en muchos aspectos.

Para David (izquierda), casarse con Glyn implicó revisar algunos de los fundamentos de su ortodoxia.

Para Heather Caudle, el tema de los hijos todavía es un dilema no resuelto: mientras los niños crecen y tratan de conciliar las visiones opuestas de su mamá y su papá, es probable que la confusión no los acerque a Dios, sino todo lo contrario.

“Mi preocupación es que se vuelvan ateos. Eso significa que tendré dos personas más por cuya salvación me tocará rezar”.

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